Texto didáctico
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El
pulque no paga impuestos
Uno de los oficios de
mayor antigüedad en nuestro país es el de tlachiquero: la persona encargada de
extraer el aguamiel cuando la planta de maguey está madura.
El tlachiquero arranca la
yema o corazón de la penca, luego raspa las paredes interiores hasta lograr la
cavidad de donde unos días después saldrá el aguamiel. A partir de ese momento
el proceso de extracción –mediante la succión con un acocote– podrá realizarse
dos o tres veces al día, durante un periodo que va de tres a seis meses.
El líquido extraído se
transporta en una botija conocida también como pellejo o en una castaña
(anteriormente hecha de madera y luego de fibra de vidrio) para después
vaciarlo en el tinacal donde se transforma. El aguamiel sin fermentar es dulce
y transparente. Una vez fermentado se convierte en octli o pulque, bebida
embriagante que aún se consume.
En 1670 se creó el
asiento del pulque: el arrendamiento para que una persona, denominada asentista,
se hiciera cargo del cobro por los derechos derivados de la producción y
comercialización. Cada asiento duraba entre dos y cinco años, de esta manera el
pulque fue administrado por particulares hasta 1763, cuando el ramo pasó a
depender de la Dirección de Alcabalas.
En el bando para abolir
la esclavitud, emitido en Valladolid el 18 de octubre de 1810, Miguel Hidalgo
previene a los administradores de aduana, receptores y gariteros para que a los
naturales no se les cobre ningún tipo de derecho por la raspa de magueyes ni
por el fruto del pulque, debido a la condición de miseria en la que se
encuentran.
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La escasez de alimento
está relacionada con los periodos de sequía que provocan malas cosechas o
ausencia total de ellas.
De 1725 a 1727 perecieron
de hambre en Yucatán más de 17 mil personas; pero la sequía caracterizada como
la más grave del periodo colonial comprendió el bienio 1785-1786 y abarcó casi
todo el territorio novohispano. A partir de ella se desató una espiral
inflacionaria que duró más de 20 años. Este fenómeno, aunado a los descontentos
sociales y a los problemas políticos entre la Nueva España y la metrópoli,
fueron algunos de los factores detonantes de la guerra de Independencia.
Una vez iniciada la
contienda el problema de la escasez de alimentos continuó e incluso se
recrudeció en diversos lapsos y regiones. Las crisis alimentarías que se
desencadenaban en las tropas pueden documentarse en el AGN; por ejemplo, en el
oficio fechado el 18 de marzo de 1812, Félix Maria Calleja se da por enterado
de un informe referente a la escasez de agua y víveres en la que se encuentra
el ejército enemigo.
También está el oficio
que Juan Mirón, comisionado de la pólvora, dirigió el 29 de octubre de 1816
desde Actopan a Guadalupe Victoria para informarle que las actividades en la
fábrica del salitre se suspendieron por no haber maíz para alimentar a los
trabajadores y, de la misma forma, al faltar el salitre, pronto pararía sus
actividades la fábrica de pólvora.
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“Durango quedará en estos días
nuevamente bajo la acción de las autoridades constituidas”, “Cuatrocientos
Carrancistas se rinden”, “Pronto tomarán la ofensiva contra los alzados, las
tropas de la Div. del Bravo”, éstas son algunas de las noticias que el
periódico El Independiente publicó el 25 de diciembre de 1913 en su primera
plana; las acompañaba también una nota alusiva a los festejos de la temporada:
“Las tradicionales posadas pasaron llenas de animación y de bullicio”.
Según ese diario la nochebuena cerró
con broche de oro las fiestas decembrinas “lo mismo en la suntuosa residencia
que en el humilde hogar”. Las posadas se festejaban entonces con espíritu
religioso hasta llegar al “patio de vecindad, lleno de estorbos y poblado de
chiquellería, cuyas vocecitas se confunden con las de las personas mayores”; se
cantaba la letanía y tonadas más profanas como “anda Lolita, no te dilates,
echa confites y cacahuates”.
La piñata iba rellena de cañas,
naranjas, confites; en hogares menos modestos se les añadían frutas secas;
incluso se bailaba y se bebía, “las parejas se lanzan al compás voluntarioso y
entre pieza y pieza desfilaban las botellas de tequila, de mezcal y otros
compuestos alcoholizados”.
En la Alameda central no faltaban,
como ahora, los puestos donde se vendían juguetes, adornos navideños,
colaciones; de acuerdo con el diario se trataba de “fruslerías” y “piñatas
antiestéticas”; en las casas ricas.
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Tras el golpe de estado de Victoriano Huerta, las
fuerzas alternas al maderismo comenzaron a ser perseguidas. El Ejército
Liberador del Sur y Centro, encabezado por Emiliano Zapata, logró captar parte
del país bajo el ideal del Plan de Ayala, sin embargo, el triunfo del Ejército
Constitucionalista, con Venustiano Carranza, cercó a toda fuerza que no
empatizara con su ideal político.
En una carta dirigida al general Gildardo Magaña, el
mayor Salvador Reyes Avilés le informó con detalle sobre la treta de Pablo
González, jefe de operaciones del Estado de Morelos, para asesinar al general
Emiliano Zapata, el 10 de abril de 1919, en la emboscada que le hicieron las
tropas comandadas por el coronel Jesús M. Guajardo en la hacienda de San Juan
Chinameca, donde se consumó el hecho con premeditación, alevosía, ventaja y
traición.
De acuerdo con la misiva, Zapata había invitado a
Guajardo a que se uniera al movimiento revolucionario. El coronel se mostró
“dispuesto a colaborar al lado del Jefe, siempre que se le dieran garantías
suficientes para él y sus soldados”.
El día en que lo asesinaron, Zapata tomó un camino
distinto a sus tropas para dirigirse hacia Chinameca, porque existía el rumor
de que el enemigo estaba cerca. Con la intención de entregar en persona cinco
mil cartuchos a Guajardo, el general suriano llegó a la hacienda donde
supuestamente aquél lo recibiría para acordar las estrategias militares
pertinentes.
Zapata se dirigió a la entrada. La guardia estaba
formada. El clarín tocó tres veces “llamada de honor” y, al apagarse la última
nota, cuando el jefe atravesaba el dintel de la puerta, a quemarropa los
soldados, que presentaban armas, descargaron dos veces sus fusiles. El general
Emiliano Zapata cayó muerto al igual que su asistente Agustín Cortés y Palacios.
Guajardo fue premiado por Carranza con la cantidad de
$50,000.00 y su ascenso a general brigadier, al igual que todos los jefes y
oficiales que tomaron parte de este crimen y que fueron ascendidos al cargo
inmediato¹.
Reminiscencia histórica
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Escrito por don Julio Santos Anita, este libro
eterniza la identidad cultural de nuestro pasado indígena; cada una de sus
hojas concede la riqueza de la tradición oral, conocimientos que pasan de una
generación a otra entremezclando cuestiones mitológicas con vivencias comunes,
persistentes y aplicables en la forma de vida actual, y que de alguna manera
reafirma la apreciación que se tiene sobre la idiosincrasia mexicana.
Dentro del Fondo Reservado, se custodia un ejemplar de
tan llamativa obra, catalogada bajo el parámetro de "libro raro", es
decir, que se valúa por la riqueza bibliográfica, la belleza, rareza y
originalidad del ejemplar, por ser hecho a mano, o pertenecer a una edición muy
limitada o única. Ceremonia religiosa es un escrito encuadernado, confeccionado
sobre papel amate y de escritura manuscrita, elaborado posiblemente por un
"badi", curandero, brujo o chamán del pueblo otomí de San Pablito en
Pahuatlán, Puebla, el argumento es claro; un ritual para aliviar la enfermedad.
Separando la sencillez editorial de la grandeza
interpretativa que se le puede hacer al tema principal, la significación el
libro está en la comunidad otomí, pues fue fabricado no para su lectura sino
para materializar lo sagrado y lo profano de una religión; sobre el papel
amate, el chamán es el único que posee las facultades míticas para conferirle
"valor divino", fuerza capaz de simbolizar a una deidad y producir el
remedio a un mal. Las figuras que acompañan al texto, son de connotación mágica, las de color
blanco simbolizan los espíritus buenos y las de color oscuro encarnan la
malignidad, estas figuras sólo pueden ser recortadas por el "badi".
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Arte
de escribir
En 1798 se publicó Arte de escribir por reglas y con
muestras según la doctrina de los mejores autores antiguos y modernos,
extranjeros y nacionales; el primer libro que circunda el sistema de enseñanza
lectura-escritura y que por decreto real fue obra oficial para la enseñanza de
la lectura y escritura en todas las ciudades, villas y lugares del reino. Este
libro, incuestionable por su valor histórico y por el conocimiento que
trasmite, incorpora la erudición de Torcuato Torío de la Riva y Herrero ante la
historia cultural de nuestro país.
A finales del periodo colonial novohispano, la
educación impartida a los niños se enfocaba a la lecto-escritura. El problema
se agudizaba por la disyuntiva que prevalecía entre las dos técnicas
caligráficas utilizadas en la enseñanza de las letras; el primer estilo
aseguraba que la escritura caligráfica era un acto mecánico que sólo requería
de paciencia y cuidado para su ejecución. El segundo método establecía reglas y
preceptos de precisión, líneas y formas geométricas. A principios del siglo
XIX, ambas tendencias educativas fueron substituidas por la innovadora
didáctica expuesta en el libro de Torío de la Riva.
Don Torcuato Torío de la Riva y Herrero es considerado
uno de los mejores calígrafos españoles. Nació el 1 de abril de 1759 en la
localidad de Villaturde (Palencia). Sin haber visitado jamás el territorio de
la Nueva España, aportó un legado ideológico que forma parte de nuestra
identidad cultural.
En la Universidad de Valladolid estudió latín,
teología y jurisprudencia en 1773. Tres años después, trabajó como aprendiz de
trazador de letras junto a don Rafael de Floranes, historiador, jurista y
polígrafo español, quien le enseñó la belleza de la caligrafía hasta hacerlo un
adelantado en las cuestiones del trabajo de archivos, historia, paleografía y
diplomacia. A la par, se inscribió en la Real Academia de las Tres Nobles Artes
de San Fernando para tomar clases de matemáticas y para perfeccionar los
idiomas francés, italiano e inglés.
Un ejemplar de esta fascinante obra es resguardado
dentro del Fondo Biblio-hemerográfico "Francisco Díaz de León
Medina".
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